Comentario
En este ambiente y en estos tiempos no es de extrañar que fuera la década de los sesenta la de mayor éxito y esplendor del arte de Morales. Una tabla de la Virgen con el Niño y San Juanito pasó, en 1564, de las manos de Felipe II al monasterio madrileño de San Jerónimo el Real; su taller produjo sus más importantes retablos: el de Arroyo del Puerco (1563-1568, hoy Arroyo de la Luz en Cáceres), el del monasterio de Santo Domingo de Evora (1564), al otro lado de la frontera con Portugal, los de las parroquias de San Martín de Plasencia e Higuera la Real (1565-1570), al que habría que añadir el menor de Valencia de Alcántara, también en la provincia de Cáceres.
La multiplicación de este tipo de encargos -la parte del león para cualquier taller de pintura o escultura- tuvo que suponer a Morales la cúspide de su actividad, valorada en términos económicos, aunque nunca alcanzaran las cantidades -el retablo de Arroyo del Puerco fue contratado por 400 ducados, el de Evora por 212, el pequeño de Higuera la Real por 160- que se barajaban en capitales como Toledo o Sevilla. Ahora bien, también los retablos componían conjuntos didácticos o devocionales, cuya iconografía seriada constituía la mayoría de las veces un programa coherente e intencional.
Perdido el de la Puebla de la Calzada, el retablo de la Concepción de Badajoz sería el más antiguo de los que se han conservado, aun parcialmente, con su Virgen con el Niño y el pajarito y un Cristo con la cruz a cuestas, premonición y cumplimiento de la Pasión que había encontrado su inicio en la Inmaculada Concepción de María, la advocación de la ermita y tema representado a través del Abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada de Jerusalén. En el conjunto de Higuerjuelas de Arriba, destinado a la familia Carvajal, el retablo incluía tablas dedicadas a la Epifanía a los Reyes Magos, el Bautismo, el Descendimiento de la cruz, San José con el Niño, Santiago y la Imposición de la casulla a San Ildefonso, que parecen obedecer más a una serie casual de devociones que a un proyecto didáctico bien meditado. El disperso retablo de la capilla del Sagrario de la catedral de Badajoz, con su Anunciación, su Epifanía, una Piedad, y una Estigmatización de San Francisco parece denotar un programa de corte mariano, aunque las dos últimas tablas podrían haber formado parte de un segundo díptico o tríptico catedralicio en el que el tema central habría sido el de las Cinco Llagas de Cristo y el santo de Asís. En todos ellos, como en los más tardíos de los años sesenta, se tiende al desarrollo de escenas plenamente narrativas, con fondos paisajísticos o de interiores de casas o iglesias, tomados muchas veces de estampas italianas o germánicas, de las de antiguallas cargadas de ruinas a las imágenes de templos en perspectiva de Alberto Durero sometidas, no obstante, a un proceso de radical simplificación. En el retablo de Arroyo de la Luz, el único conservado en su integridad e in situ, se desarrolla un doble programa, por una parte dedicado a la Infancia, con la Anunciación, el Nacimiento, la Presentación en el Templo y la Epifanía, y por otra parte, a una pormenorizada Pasión, con la Oración en el huerto, el Ecce Homo, la Negación de San Pedro, el Camino del Calvario, el Descendimiento, el Santo Entierro, la Bajada al Limbo, la Resurrección, la Ascensión y el Pentecostés; a estas tablas se añadieron las dedicadas a Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, San Juan Bautista y San Jerónimo.
El retablo de Santo Domingo de Evora presentaba en origen el Nacimiento, imágenes de San Juan Bautista y San Juan Evangelista, San Pedro y San Pablo, a las que quizá se adjuntaron un Bautismo y la Virgen con el niño que se conserva en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa. El de Higuera la Real contenía las imágenes pasionistas de Cristo atado a la columna, un Ecce Homo con Poncio Pitato, un Cristo con ta cruz y una Quinta Angustia, con las figuras apaisadas de San Juan Evangelista y la Magdalena en el banco. De escaso número de tablas era asimismo el retablo de San Martín de Plasencia, con un trío mariano -Anunciación, Visitación y la Purificación- y otro dedicado al santo titular de la parroquia, con San Martín y el pobre de buen tamaño y dos pequeñas escenas de su vida en la predela. Esas tres mismas escenas aparecían también en el retablo que requirió de Morales, hacia 1575, la iglesia mayor de Elvas. Tal monotonía en la temática justificaría, en buena medida, su abandono en manos de sus ayudantes y su factura a veces seriada y escasamente original, reservándose solamente -como requerían muchas veces los contratos- la pintura de rostros y manos, el toque personal del artesano que remata la obra colectiva y, en cierto sentido, anónima, en la que el artista esconde, no muestra, su personalidad, incluso la huella de la grafía única de su propia mano sobre la superficie de la tabla o el lienzo.